En los últimos meses e incluso años, tras el confinamiento y la pandemia, el debate sobre estudiar nuevas relaciones con el trabajo, por fortuna para todos, ha aumentado.
El teletrabajo ha avanzado como nunca, y en general parece que también la flexibilidad. Incluso se está hablando de la jornada laboral de 4 días con algunos experimentos todavía no muy masivos.
Pero todo el avance que podamos hacer no nos devolverá, al menos en términos cuantitativos, a hace cuatro o cinco siglos, momento justo anterior a la Revolución Industrial y en el que, al parecer, además de reyes y nobles que se dedicaban a vivir retándose en duelo e ir de caza con sombreros incómodos, parece que también los campesinos disfrutaban de una jornada laboral mucho más ligera que la nuestra.
Vaya por delante que aquí el adjetivo ligera va con la intención de llamar tu atención. Por supuesto, las enfermedades, hambrunas y condiciones de trabajo y de vida del medievo hacen que cualquier comparación haya que tomarla con una perspectiva histórica gigante. Pero, si nos ceñimos a horas de trabajo efectivas, parece claro que hemos ido perdiendo.
Schor, a la que no hace falta leer demasiado para ver que tiene una mirada crítica del capitalismo y el consumismo [por si acaso, enésimo intento de dejar claro que en Tierra B la descripción es solo eso], se ha interesado durante toda su carrera por las relaciones humanas con el trabajo y cómo nos moldean. Este libro que nombro es de 1993, pero en 2020 publicó otro hablando sobre la Gig economy (la generada por los Uber, Glovo o Airbnb…) que ha causado una nueva serie de dinámicas y trabajos que quizá no es lo que esperaríamos todos al pensar en un futuro en el que nos vamos a quedar sin trabajo por los robots. Que se lo digan al último rider con el que te cruzaste en un día de lluvia llevando un pedido o, quizá, pidiendo tú que te trajera algo a casa.
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A veces, cuando veo la cantidad de nuevos empleos basura que ha generado ciertas oportunidades creadas por la tecnología, me viene a la mente una predicción de Keynes —hoy aún tan citado por tantos gobiernos— que decía que en 2030 todos los humanos tendríamos mucho más tiempo de ocio que de trabajo.
Pues, señor Keynes, quedan menos de 8 años para eso y no se ve muy cerca.
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Pero volvamos a la tesis de Schor que me lío. En ese libro y en otros trabajos suyos, la economista recopilaba
datos de afluencia a misas y distintos registros del medievo en varios países europeos para rastrear
cómo eran las jornadas laborales de los últimos campesinos. Aquellos que no se vieron tentados u obligados a dejar sus huertas para probar suerte en las apiñadas y malolientes nuevas ciudades industrializadas.
👨🌾Un saludo a ese campesino del medievo que concilia
El resultado general es que, quitando las semanas de mayor carga de trabajo por épocas altas de cosecha, las jornadas laborales habituales en el medievo eran más similares a una media jornada actual. Como decimos, parece que cuando tocaba currar para cosechar, se hacía con jornadas de hasta 12 horas o lo que hiciera falta. Pero, también, parece que disfrutaban de 4 o hasta 5 meses de muy escasa actividad.
A esto se suma que en la Edad Media la Iglesia aún tenía peso en su mayor contribución a la humanidad: los festivos por santorales eran muchos más que los actuales.
Además, un currito del siglo XVII no tenía posibilidad de decirle a la familia que no podía hacer planes porque es un workaholic que se quería quedar a ver si estaban bien los puerros que había plantado o a sacar unas cuantas piezas más de su taller de cerámica. Los festivos eran, literalmente, sagrados.
En España, por ejemplo, los documentos de la época muestran que los días de descanso suponían un total de casi cinco meses al año. De media, se estima que los campesinos trabajaban unas 1.400 horas al año: unas 180 jornadas laborales de 8 horas.
180 días trabajando de 365 al año. Haz la resta.
Hoy, ver esa cifra al lado de tu mes, 15 días de vacaciones o incluso menos si eres autónomo… Quizá te motive a disfrutar más del fin de semana.
Jornada de 8 horas. El engaño
Vuelvo a aclarar lo casi inútil de la comparación que estamos haciendo: hoy creo que nadie se cambiaría por un trabajador del medievo o el Renacimiento, con toda su falta de derechos sobre absolutamente todo. Pero creo que sí que sirve para cuestionarnos, mirar esa cara B, de nuestra relación actual con el trabajo.
Aunque la esclavitud ha existido desde que el ser humano se puso a caminar erguido, tras el siglo XV, el inicio de la colonización de América y África llevó el concepto de mano de obra a otro estadio: podía ser gratis.
En Europa, no iba a llegarse a tanto, pero cualquier foto de las primeras fábricas industriales dejan claro que el hacinamiento, insalubridad y la explotación infantil estaban a la orden del día.
Se ha escrito mucho sobre qué provocó semejantes migraciones del campo a la ciudad y, aunque en cada país se dieron distintas circunstancias, la llegada de las primeras máquinas trilladoras -un cambio tecnológico- hizo que se necesitara mucha menos mano de obra en el sector agrario, obligando a hacer las maletas e ir a la gran ciudad a muchas familias que trabajaban como jornaleras y no eran propietarias de un pedacito de tierra.
Es en ese contexto amplio —del siglo XVIII a comienzos del XX— es cuando parece que se empieza a formular la jornada de 8 horas como una solución ante lo que se había vuelto habitual: trabajar hasta 16 horas.
Pero en ese momento ya estaba claro que trabajar 8 horas era solo reconquistar algo que se había perdido. En España en el año 1593 el rey Felipe II ya estableció, por un Edicto Real, la jornada de ocho horas:
“Todos los obreros de las fortificaciones y las fábricas trabajarán ocho horas al día, cuatro por la mañana y cuatro por la tarde; las horas serán distribuidas por los ingenieros según el tiempo más conveniente, para evitar a los obreros el ardor del sol y permitirles el cuidar de su salud y su conservación, sin que falten a sus deberes”, Edicto Real de 1593.
Se achaca a Robert Owen, un rico empresario galés del sector textil, que se empezara a hablar de la jornada de 8 horas ya en el siglo XIX. Owen, tras iniciar algunas iniciativas filantrópicas, se metió de lleno como abogado laboral, apadrinando muchas de las ideas de la entonces germinal ideología socialista.
A Owen se le acuña la conocida frase de “ocho horas de trabajo, ocho horas de recreo, ocho horas de descanso”, que se dice que pronunció en 1817; el conocido ‘888’.
Sí, más de 200 años después, es posible que aún la hayamos escuchado todos demasiadas veces. Y, queramos o no… sigue siendo la norma.
Te dejo algunas preguntas:
- ¿Por qué seguimos trabajando 8 horas o más de forma habitual?
- ¿La mejora de condiciones está sirviendo para que no haya avances en este sentido?
- ¿Hasta qué punto nos engañamos pensando que nuestro trabajo nos gusta para no asumir que el tiempo libre ha quedado en un completo segundo plano?
- ¿Es la pausa del café y el almuerzo la última trinchera que les queda a los trabajadores y, por lo tanto, son los funcionarios la punta de lanza de la resistencia?
- Por cierto, ¿Cuándo se considera que ya no se está desayunando, y sí almorzando?
Las lecturas de este tema —el laboral— son infinitas —y seguramente la del almuerzo también— . Yo te acompaño solo hasta aquí.