La guerra suena igual que un parque cercano a tu casa en algunas ocasiones.
Nuestra empatía se dispara y se agota. Y los medios la usan
Esa puede ser la clave de que sintamos tan cercanos conflictos como el de Ucrania o el de los Balcanes y sin embargo barbaridades como las de Siria y Yemen o los mil conflictos de África nos queden más lejanos.
También, obviamente, porque los medios nos colocan los mensajes e imágenes que suponen que nos van a mantener en un estado de tensión pero no de agotamiento. Porque la ciencia ha demostrado que la empatía se agota y nos agota.
La crisis de los refugiados de Siria y la misma guerra del país ha seguido mucho más allá de la imagen del pequeño
Aylan Kurdi. Los desplazados por la erupción del volcán de La Palma siguen sin estar en sus casas y la isla tardará años en volver a la normalidad, pero ya no cabe en la parrilla de los medios. Por no hablar del COVID, ya convertido en un asunto de pie de página.
Los medios nos colocan mensajes e imágenes que suponen que nos van a mantener en un estado de tensión pero no de agotamiento
Si algo importante enseñan en la carrera de periodismo es que existe una agenda llamada Setting. Una teoría bastante palpable que dice que los medios tienen la capacidad de controlar los discursos predominantes y por lo tanto los temas que deben ser debatidos. Lo que no entra en la agenda, no existe.
Las redes sociales y la democratización de la posición del emisor que ha supuesto internet ha agrandado esta agenda y para algunos la ha roto. En mi opinión, creo que no. Ahora pueden ser youtubers de actualidad, gente más o menos independiente, más preparada que cualquier periodista o locos de atar los que lancen los mensajes. Pero a todos los que lanzamos un mensaje nos sigue interesando que haya cierto marco común. Que el contexto sea el mismo para todos.
Requiere, simplemente, menos esfuerzo.
Las bases de la empatía
Me he ido un poco por las ramas del tema central, pero creo que por una rama que es bastante importante.
Volvamos con la empatía y la pregunta inicial: ¿Cuándo dejaremos de hablar de Ucrania? Obviamente, primero tendrá que, o bien cesar el conflicto; o bien quedarse de forma latente sin grandes coletazos, como ha estado Crimea y el Dombás desde 2014 para la mayoría de Europa, donde el conflicto entre fuerzas pro-Kiev y pro-Rusas nunca ha dejado de cobrarse vidas.
Más de 14.000 desde ese año.
Resulta que la empatía es un palabro bastante reciente, acuñado por primera vez a comienzos del siglo pasado. Antes, este mecanismo vital para la vida social se dejaba entrever en muchas otras definiciones, como el Animal Político de Aristóteles, el kikubari japonés, la compasión o el amor al prójimo cristiano.
Sin empatía, no ayudaríamos al señor o señora mayor que va con unas bolsas de la compra muy cargadas, no nos acercaríamos a un amigo que vemos cabizbajo en una fiesta, o no nos preocuparíamos por si al pequeño negocio que acaba de abrir en el barrio y que sabemos que lo va a tener muy jodido le va a ir bien o mal.
Lógicamente, hay distintos grados de empatía y personas que parecen serlo más o menos. No me meteré en cuanto hay de genético y de ambiental que no me ha dado para tanto en esta edición ni parece que se tenga muy claro, pero, para poner un marco, a los psicópatas se les achaca una total falta de empatía. Quizá Putin lo sea.
Lo que se sabe es que en nuestra empatía influyen y mucho las denominadas neuronas espejo, aquellas que hacen que un individuo imite o refleje el comportamiento de otro. Sabemos de la existencia de estas neuronas desde hace relativamente poco cuando en 1996 el italiano Giacomo Rizzolatti diera con ellas por casualidad explorando con electrodos a un macaco para entender mejor cómo se dan y reproducen algunas órdenes motoras desde el cerebro.