Ambientalismo “popular” de despacho
Hace algunos años iba de suyo que las organizaciones ambientalistas defendieran su
independencia de Gobiernos y empresas. En febrero de este año los elogios de Kulfas a Eco House y Jóvenes por el Clima confirmaron que el Gobierno eligió a sus dirigentes como interlocutores privilegiados. Gracias a este diálogo, el ministro reivindicó que su gestión era la primera en involucrarse “
en serio en la problemática ambiental”.
“Desconozco lo que piensan o por qué se presentaron algunas agrupaciones ambientalistas a esto”, contesta el catamarqueño Chayle. A Ceballos no le sorprende la participación de JOCA en el evento, ya que considera que se transformó cada vez más en el “ala verde” del Gobierno, “tratando de desviar cierto sector del ambientalismo” y perdiendo credibilidad entre los que luchan en las calles, donde JOCA ha “brillado por su ausencia”.
La asociación civil
Eco House, fundada en 2011, no solo hace cabildeo parlamentario entre los partidos extractivistas o
campañas con figuras públicas. Aunque se define como club, funciona como una consultora que, con aval del Ministerio de Ambiente, otorga certificaciones bronce, plata, oro y diamante a
“oficinas conscientes”. Lo mismo da una escuela que el Banco Galicia, Uber, Adidas, Naturgy, Danone y Casafe,
la cámara de fabricantes de agrotóxicos.
En el evento en Producción,
Federico Pellegrino, coordinador del departamento de políticas, habló del “
lobby minero, con todo respeto (sic)” y se mostró muy preocupado por averiguar si se va a “generar un valor agregado acá a esos metales”. Ante el repudio generalizado, Eco House sacó
una declaración donde aseguran que rechazan “el modelo de megaminería que se está llevando a cabo“, dicen estar “
sumamente dolidos“ por las críticas a sus voceros y hablan de “repensar su estrategia“ y acercarse más a las asambleas territoriales.
JOCA, por su parte, supo canalizar la esperanza y el entusiasmo de sectores comprometidos. Fundada en 2019 tras la explosión del movimiento climático inspirado por la protesta de Greta Thunberg en el Parlamento sueco, mezcló las manifestaciones con el cabildeo, las charlas sobre agroecología con las cumbres climáticas y los lives de Instagram con las visitas a funcionarios. En su meteórico ascenso a la arena mundial, de las COP a las entrevistas con The New York Times, hicieron pensar que finalmente los sectores combativos llegaban a lugares de peso.
Cuando el dirigente Bruno Rodríguez tomó la palabra el lunes 2 leyó su discurso con el tono monocorde de un funcionario. Sosteniendo su teléfono móvil, lanzó expresiones como “ingeniería institucional”, “transparencia”, “calidad democrática” y “conflictividad social”, enfatizando que el debate es sobre “modelos de desarrollo económico” y que los emprendimientos mineros generan “interrogantes”.
Sin rechazar abiertamente la megaminería, Rodríguez preguntó ante los directivos mineros y de la UIA: “¿Cómo aseguramos mejoras sustanciales en la calidad de vida de los territorios que albergan proyectos mineros?”. Al final de su intervención, parafraseó a Thunberg: “
Los vamos a estar vigilando”. Su discurso, sin sentido por entonces, envejeció aún peor tras los
balazos de goma sobre los cuerpos de quienes luchan contra la megaminería en Catamarca. Cuando
JOCA intentó desmarcarse, ya era tarde.
Entre todos los repudios, destacó el de jóvenes activistas en defensa de los territorios en Jáchal, Mendoza, Trelew, Fiske Menuco, Andalgalá, Bariloche, Rawson y Esquel: “Somos quienes decimos que bajo ningún término los vamos a aceptar como interlocutores de los territorios, porque demostraron ser funcionales al lobby minero. Sabemos, también, que decirse ‘populares’ no significa representar a los territorios. Somos quienes aprendimos que las luchas se dan en las calles y que la historia de resistencia al saqueo no empezó en 2019”.