No solo no te llamé, sino que me costó escribirte para disculparme. O excusarme por el abandono. Pero cuando pierdes contacto con alguien que amas, sencillamente no hay ninguna razón que dar o argumentar. Ninguna palabra que decir.
Luego, ya no había, además de kilómetros por medio, otra dimensión distinta en la que con esperanza albergamos que allá todos están mejor.
Y ya no estabas aquí en la tierra… ¿Esa llamada hubiese hecho algo distinto? Nunca lo sabré.
Lo único que pude atinar a hacer, fue
hacerte un escrito, de esos que siempre elogiaste porque fuiste la primera que se dió cuenta que era una cronista de la vida, cuando no lo había advertido ni yo misma.