La jornada de Marta comienza una hora después del canto del primer gallo, a las ocho de la mañana, cuando cuatro compañeras llegan a su casa, sede de la Panadería JIREH. A esa hora, los primeros rayos de sol alumbran sobre un espacio de trabajo limpio y ordenado.
Una vez allí, cada una sabe qué tiene que hacer: amasar el pan, vigilar el horno, preparar los pedidos. Poco después, el aroma del pan comienza a mezclarse con el del estiércol de las gallinas de Marta. Aún así, sus vecinos dicen que allí siempre huele a pan calentito, recién salido del horno.
La Panadería JIREH es única en Las Tablas, un cantón eminentemente agrícola perteneciente a la ciudad salvadoreña de Chalchuapa. Comenzó a funcionar en 2014, luego de que especialistas de la
Confederación de Federaciones de la Reforma Agraria (CONFRAS), una organización nacional que trabaja por el fortalecimiento y visibilización del sector cooperativo agropecuario, llegaran al cantón a ofrecer talleres de economía solidaria, cooperativismo, organización y liderazgo a mujeres.
En Las Tablas, son los hombres quienes generalmente trabajan en los campos e industrias dedicadas al procesamiento de café, azúcar y granos básicos. Julia Pérez, Ingeniera Agrónoma de la CONFRAS, explica que uno de los objetivos de su organización es, justamente, promover la participación y reconocimiento de las mujeres en los procesos productivos comunitarios.
“La población de mujeres dentro de las cooperativas [salvadoreñas] está invisibilizada”, dice la especialista. “Sólo es considerada la figura del hombre como jefe de hogar. No se reconoce la labor de las mujeres, quienes también trabajan la tierra y son jefas de hogar”.
En efecto: antes de fundar la Panadería JIREH, Marta y sus compañeras sólo se dedicaban a tareas domésticas y de cuidado. No percibían más ingresos que los que les proveían de a ratos sus maridos.
“Me la pasaba esperanzada con el dinero que me da mi compañero de vida y estresada por no tener con qué distraerme”, dice Marta. “Cuando yo quería dar un paseo, actuaba como una niña, algo así como cuando le pedía dinero a mi papá”. Hasta que llegó la oportunidad de emprender su panadería.
No son la excepción. A pesar de que las mujeres representan el 53 por ciento de la población salvadoreña, muchas están expuestas a diversas formas de violencia de género. Una de ellas es la económica, una práctica que se manifiesta a través del manejo y dominio del patrimonio de esta población, lo cual afecta en su subsistencia y autonomía.
Según una investigación de 2020 de la revista El Faro, de enero de 2012 a julio de 2020 el país registró 6,927 denuncias de violencia económica contra mujeres.
“A esta problemática se suma la actual crisis económica”, me explica la periodista salvadoreña Vilma Patricia Laín, de la revista Alharaca. “La tasa de desempleo es del 6.3 por ciento y con la llegada del Covid-19 podría agudizarse aún más y, claro, las mujeres somos las más afectadas con esto”.
Laín recuerda que, como en tantos otros países de Latinoamérica, en El Salvador son ellas quienes se preocupan por abastecer sus hogares. Si los alimentos o cualquier otro producto de primera necesidad suben de precio o escasean, son ellas quienes deben enfrentar la situación y, en muchas ocasiones, lidiar con la dependencia económica hacia sus esposos.
Eso empezó a cambiar para Marta y sus compañeras con la fundación de la Panadería JIREH. A través de esta iniciativa de economía solidaria, encontraron una forma de potenciar la economía comunitaria, pero también -y mucho más importante- un espacio de desarrollo y crecimiento personal.
“Esta iniciativa me ayudó mucho”, dice Reyna Chávez (31), trabajadora de la panadería. “No sólo porque [ahora] genero mis propios ingresos. También, porque yo era una persona a la que le costaba expresarse y gracias a este proyecto lo he superado”.
Marta, Reyna y el resto de sus compañeras se reúnen tres veces a la semana en verano, de febrero a marzo, para preparar pan, donas, quesadillas, empanadas y buñuelos que venden luego en el Ingenio La Magdalena, a un kilómetro de Las Tablas. En invierno, al bajar la demanda de trabajo en las industrias locales, sólo se juntan una vez a la semana.
Así, generan “un dinerito” que, aunque no alcance aún para lograr su independencia económica, las hace sentir autosuficientes.
Según el libro
Mujeres, Cooperativismo y Economía Social y Solidaria en Iberoamérica, la economía solidaria supone “una respuesta a las necesidades de las personas y las comunidades, desde el compromiso con el territorio, la preservación de la vida y la salud, promoviendo el bienestar de sus miembros y grupos de interés, construyendo tejido social y siendo capaces de favorecer la pluralidad de miradas, configurando incluso nuevos mercados, innovadoras formas de transacción entre los agentes y cuidado del medio ambiente”.
“En el mercado laboral tradicional hay una marcada desigualdad de género en cuanto al acceso y salario”, explica. “Por eso esta población encontró en la economía social una oportunidad para su reconocimiento y empoderamiento económico”.
De acuerdo con el artículo
La economía solidaria: Un concepto en construcción, publicado en 2017, “en El Salvador existen experiencias de economía solidaria que se consolidan cada vez más en diferentes iniciativas y formas de organización económica, como alternativa a quienes se encuentran con mayor vulnerabilidad económica-social y menos oportunidades de inserción a nivel productivo y laboral”.
El dinero que Marta y sus compañeras recaudan de sus ventas lo dividen dos veces al año, cada seis meses. En años anteriores obtuvieron hasta 200 dólares cada una.
“Este dinero no es para vivir, pero me sirve ante necesidades”, dice Marta. “Mi esposo aún responde por todo, pero como aquí el dinero es a veces como el agua, que no alcanza, yo guardo mi dinero para esos momentos”.
Uno de los mayores desafíos que enfrenta la Panadería JIREH, además de la rentabilidad, es el acceso a los utensilios necesarios para el oficio. Marta confiesa que sueña con tener un cilindro para poder hacer pan francés. Sin embargo, no por eso va a rendirse. “Nuestra panadería es humilde”, me dice. “Así es como nosotras trabajamos: con dificultades pero siempre para adelante”.
La economía social presenta matices y desafíos sujetos a los contextos socio-políticos de cada territorio. No todas las iniciativas cuentan con las mismas facilidades ni posibilidades. Sin embargo, como dice Laín, “es una manera de resistir, un pequeño esfuerzo de sobrevivencia” por el que vale la pena apostar.
Marta y sus compañeras de la Panadería JIREH supieron aprovechar una oportunidad de capacitación para desarrollarse y superarse, tanto en lo personal como en lo profesional, desde la cotidianeidad de sus hogares. Aún no logran la independencia económica pero están en camino.
Mientras tanto, ya han empezado a alcanzar metas que tal vez nunca pensaron, como echar a andar un negocio y ganarse “su dinerito”. Este proyecto es “una maravilla”, me dice Marta casi antes de terminar. “Una de esas cosas que uno no espera y de pronto llegan y no lo podés creer”.