Carlos Javier González (29) es un escritor venezolano oriundo de Guatire, una ciudad de 300 mil habitantes ubicada en el valle de Pacairigua, en el estado de Miranda, a tan sólo 45 minutos de Caracas. Guatire se considera una “ciudad dormitorio” porque la mayoría de sus pobladores trabaja en la capital.
Ni Carlos ni su familia vivieron nunca en situación de pobreza. Tenían los recursos para soportar una recesión algo larga, pero la grave crisis económica que golpea a Venezuela desde 2014, la pérdida de su empleo y la sensación de que cada vez se alejaba más de algunas aspiraciones personales, lo impulsaron en septiembre de 2018 a migrar a Buenos Aires junto a su mujer, Vicmar Piñero (28), quien ejerce como maestra. Decidieron irse de una “ciudad dormitorio” a la “ciudad de la furia”.
Es la historia reciente de millones de sus compatriotas. Según el
Monitoreo de Flujo de Población Venezolana de The Displacement Tracking Matrix (DTM), cerca de 5.6 millones de personas de nacionalidad venezolana residen fuera de su país, la inmensa mayoría en países de América Latina y el Caribe. Y aunque Argentina no es de los principales receptores, lo cierto es que la comunidad venezolana ha crecido allí sostenidamente durante los últimos años. En la actualidad, más de 174 mil venezolanxs residen en el país suramericano.
“Argentina es muy amable y abierta con el extranjero”, dice Carlos”. A través de una nota de voz de WhatsApp, en la que deja entreoír su cálido acento guatireño, explica que en Buenos Aires “siempre pudimos acceder a documentación, atención sanitaria y también a algunos gustos personales”.
Sin embargo, desde que llegaron a la ciudad, Carlos y Vicmar supieron que no era un lugar para quedarse por mucho tiempo. El ritmo de vida era muy diferente al de Guatire. Además, les fue difícil conseguir trabajo.
“Mi primer empleo fue en un supermercado chino como repositor”, cuenta Carlos, quien también hacía algo de fotografía social, hobbie que tiene desde 2013 y que le generó algunos pesos extras durante esta etapa. Después ingresó como administrativo en un centro médico, donde duró un año y dos meses, hasta que llegó la pandemia y le recortaron parte de su sueldo, por lo que decidió trabajar como repartidor de la empresa de delivery Rappi.
En cuanto a Vicmar, ella consiguió empleo enseguida, primero como moza en un bar en el microcentro porteño y luego en un restaurante en el Aeroparque Internacional Jorge Newberry. Más adelante, antes de la pandemia, comenzó a hacer suplencias como docente de preescolar.
Sin embargo, las dificultades económicas hicieron que, después de tres años, Carlos y Vicmar reconsideraran su decisión.