Para la mayoría de nosotros la AI significará, no la entrada de un robot en nuestro puesto de trabajo, sino la asistencia de algoritmos que harán por nosotros toda tarea automatizable.
Por ejemplo, una persona que trabaja en ventas empleará mucho menos tiempo en decidir cuál es el precio adecuado para un producto, porque utilizará un algoritmo para encontrar el precio que maximiza la utilidad, pero pasará más tiempo desarrollando una relación con los clientes o creando material de marketing atractivo.
Nuestros trabajos no desaparecerán, pero sí van a cambiar.
Igual que lo hicieron en el pasado.
Precisamente, así como se repite la situación históricamente creada por el cambio tecnológico, vuelven también los argumentos que prometen que creará un desempleo permanente.
¿Y qué deberíamos hacer entonces?
La conclusión de Booth es que es mejor dejar que la tecnología cumpla su rol deflacionario de manera que beneficie también a aquellos que han perdido sus empleos y haga que la transferencia de ingresos de aquellos con empleos hacia aquellos sin, no tenga que ser tan grande.
Si se sigue esa lógica, la conclusión es inevitable: no es posible un mundo socialmente estable si no es a partir de impuestos a los “ganadores” para compensar a los “perdedores” del cambio tecnológico.
Con deflación la transferencia necesaria será menor, de acuerdo, pero ¿con qué comprarán los desempleados esos bienes más baratos si no tienen ningún ingreso?
Esta es también la reencarnación actual de una idea que ha sido recurrente a lo largo de la historia de la humanidad y, por lo tanto, de la historia del desarrollo tecnológico y se justifica en que “esta vez es diferente”.
Y sin dudas que la situación actual tiene componentes diferentes.