Por esa razón, un efecto de la Web3 es que genera una mayor movilidad de personas.
Y es que exportar servicios o crear y monetizar contenidos en plataformas globales, otorga inmediatamente un tipo específico de libertad: la geográfica.
Esencialmente, el lugar de residencia o de trabajo de esas personas pasa a ser totalmente secundario y, por lo tanto, pueden elegir los países que tengan el marco legal más atractivo para su negocio.
Cuando la clientela está en Internet, la fuente de ingresos es internacional.
Eso es lo que se llama ingreso deslocalizado: proviene de múltiples países y puede producirse, distribuirse y cobrarse también desde diferentes países.
La consecuencia lógica, por supuesto, es que podemos darnos el lujo de buscar cuál es el mejor lugar para ejercer nuestra actividad.
A su vez, esta clase global de emprendedores, que pueden vivir o trabajar desde cualquier lugar, provoca que aparezca la competencia entre jurisdicciones.
Es decir, la competencia entre países por ofrecer un entorno más favorable para atraer a esos “trabajadores digitales” que gozan de libertad de localización.
Que lo digan sino los youtubers españoles que generaron un escándalo, a fines del año pasado, cuando comenzaron una migración, no masiva pero sí notoria, hacia Andorra, donde el clima fiscal los favorece bastante.
El más exitoso de ellos, El Rubius, fue blanco durante diciembre pasado de una campaña furibunda de ataques de políticos y personas que ven en la movilidad de estos emprendedores una amenaza para el financiamiento de los Estados con mayor carga impositiva.