Uppercase Print, del director rumano Radu Jude. Una película creada a partir de archivos de la Securitate (policía secreta durante el período de Ceaușescu) en la que se presenta el caso de Mugur Călinescu, un adolescente acusado de terrorismo por pintar con tiza mensajes contra el régimen en los muros de su barrio.
Hay un trabajo sobre archivos institucionales que a través del montaje se expande y potencia. La puesta en escena es casi teatral, actores interpretando los testimonios en crudo que aparecen en los documentos (como hologramas, según el propio director). A su vez, la película está atravesada por publicidades del registro fílmico de la televisión nacional rumana que el autor contrasta con la historia de horror detrás del caso.
La película está disponible en la plataforma Mubi y también se puede ver por Stremio (donde pueden encontrar además la nueva película del director, Bad Luck Ganging or Looney Porn).
Un elefante sentado y quieto, de Hu Bo. Intimida un poco por su duración (234 minutos), pero vale la pena sumergirse en esa poética de los lugares, de los espacios y la luz. Una mirada sobre los márgenes de la China industrial a través de un día en la vida de cuatro personajes en tránsito hacia una ciudad llamada Manzhouli. Único largometraje de Hu Bo que además tiene narrativa publicada que ojalá algún día llegue a Uruguay.
Recomiendo mucho la plataforma streaming de Cinemateca Uruguaya (+cinemateca), donde encontré esta y otras películas increíbles.
Los llanos, de Federico Falco. Una de las últimas novelas que leí y me gustaron. Falco consigue pintar (hay algo pictórico en su prosa) la relación entre un hombre y su marco, el campo y sus tiempos. Sin ser demasiado bucólico llega a momentos de contemplación y belleza que dan ganas de releer. Una novela sobre el duelo de la separación, sobre una persona reencontrándose con su origen familiar, sobre plantar rabanitos y lechugas, “atarse a algo que tenga raíz”, “seguir el ciclo”. En un momento, Falco trae la evocación Monica Vitti diciendo “No puedo mirar el mar por demasiado tiempo o lo que sucede en la tierra deja de interesarme”. Hay algo de eso entre el narrador y el paisaje de Zapiola, el pueblo rural desde el que se escribe el libro.