Clics modernos. Como buena adolescente en los 90s en Montevideo, crecí con el rock argentino como banda sonora de muchos momentos clave (también tuve un romance con MTV, pero eso ocupará otras líneas). Sin embargo, nunca había reflexionado sobre la importancia que esa música había tenido en mi vida. Llámenle madurez, pandemia o zeitgeist, me encontré volviendo a los viejos amores. Así decidí darle una oportunidad Break It All, la docuserie (es un término) sobre el rock en español; seguí con el documental de los Ratones Paranoicos y escuché La canción sin fin, el imperdible podcast de Futurock por Seba Furman sobre tres de los principales discos de Charly García. El de los Ratones tiene mejor prensa que sustancia y Break It All demasiada presencia de Santaolalla (y algunas omisiones, como Shakira), pero en total son tres productos super entretenidos, de valor histórico y estético, que nos ayudan a entender mejor nuestros orígenes. Puntos extra para Billy Bond, para SIR Pedro Aznar y por supuesto, para la hermositud de mi eterno amor Gustavo Cerati.
Pocas pulgas. Desde hace algunos años vengo leyendo escritoras que he reunido bajo la categoría de “pocas pulgas” y me hacen sentir muy identificada. Tiro nombres obvios: Margaret Atwood, Alice Munro, Elena Ferrante, Simone De Beauvoir, Virginia Woolf… Hay algo del peso de la edad o de cierta generación que tuvo que soportar varias y como es bien sabido se declaró HARTA. Dentro de ese grupo también ubico a Natalia Ginzburg, autora judía-italiana que me conquistó el año pasado cuando leí Léxico familiar, una novela sobre la vida en familia en su hogar de origen, entrelazado con la resistencia política del momento. No estaba siendo fácil de conseguir pero ya sabemos que nada es fácil en la vida. Próximo en la fila de la mesa de luz está Las amigas de Aurora Venturini, de Tusquets, que me autorregalé para el Día de la madre (lo encontré en Escaramuza, al mismo tiempo que le recomendé, sin saber que era él, Las malas de Camila Sosa Villada a FAF. Spoiler: no lo compró).